jueves, 4 de agosto de 2016

Nubes cotidianas, 4. Sueños cotidianos (Yogoto no yume, 1933)





En el momento de filmar Sueños Cotidianos, Mikio Naruse llevaba ya tres años haciendo películas y, con casi una veintena de títulos a sus espaldas se puede apreciar una evolución, no ya solo de sus tramas principales, sino también de su estilo, cada vez más depurado, recurriendo cada vez en menos ocasiones a los montajes frenéticos característicos de sus primeras obras. No obstante, en esta película aún se pueden observar los intensos movimientos de cámara en las escenas de mayor dramatismo o algunos close-ups innecesarios que resaltan la expresividad de sus personajes.

Sueños cotidianos presenta un tono decididamente más profundo que sus películas anteriores. En ella se narra la historia de Omitsu (Sumiko Kurishima), una madre soltera que trabaja como geisha en un puerto para poder mantener a su hijo Fumio (Teruko Kojima). Cuando su marido (Tatsuo Saito) vuelve tres años después de que los abandonó, amenaza con romper el equilibrio que Omitsu ha creado. Estamos en el Japón de la Gran Depresión, donde los efectos del desempleo se hacen más presentes, una situación que obliga a Omitsu a mantener su odiada profesión, con las esperanzas puestas en el futuro de su hijo.


Se pueden observar en esta película, nuevamente, las principales obsesiones de Naruse: el retrato de la sociedad de clase baja, la necesidad del dinero para salir adelante, el futuro incierto de los niños o la ineficacia masculina para resolver los problemas y sacar adelante a la familia. Respecto a esto último, Naruse se muestra implacable en este film, y parece defender de manera rotunda la importancia de las mujeres en el resurgir de Japón. Mientras que los hombres se muestra incapaces o ajenos a la verdadera problemática familiar, son sus protagonistas femeninas las que proporcionan las soluciones, las que se sacrifican y las que muestran siempre el lado positivo en un mundo cargado de pobreza e incomprensión.


De esta manera, resulta difícil empatizar con los personajes masculinos ya que, o bien estos aceptan y disfrutan la cosificación de la mujer, mostrando muchos de ellos una cierta prepotencia o un comportamiento violento, o bien son incapaces de hacer algo de provecho en la vida y, mucho menos, satisfacer las necesidades de su familia. Este es el caso del exmarido retornado, que no es capaz de encontrar un trabajo y supone más una carga que una ayuda para Omitsu. El exmarido se muestra siempre en pantalla con la cabeza gacha, arrastrando los pies y con una profunda languidez en su mirada, mientras que el rostro de Omitsu es más luminoso, lleno de comprensión, aunque también se revelan rasgos de preocupación y sufrimiento. 

De nuevo, Naruse recurre a la enfermedad del hijo, usándola como catalizador de las reacciones de la pareja. Asímismo, los zapatos rotos se repiten como objeto fetiche del director y símbolo de la enorme pobreza de sus protagonistas, auyando a descodificar parte de sus comportamientos y emociones.

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