lunes, 16 de marzo de 2015

Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (Alejandro G. Iñárritu, 2014)




EL ÚLTIMO VUELO DEL FÉNIX

 Según el mito, el Ave Fénix muere para resurgir con toda su gloria convirtiéndose así en un símbolo del renacimiento físico y espiritual e, incluso, de la inmortalidad. Esta quimera es la base (literal y material) del filme de Alejandro G. Iñárritu, en el que un actor ególatra en horas bajas (Michael Keaton, touche!) siente la necesidad de dejar su impronta en el mundo del espectáculo a través de la adaptación teatral de una novela de Raymond Carver. Para ello deberá sobrevolar el fuego de la aceptación y la crítica y establecer una airada lucha contra su propio ego, que le permita renacer de sus propias cenizas. No obstante, a pesar de que posee valiosos mimbres, la película acaba tornándose extremadamente repetitiva y cobarde, convirtiéndose en un continuo intento de tapar sus propias costuras y carencias por medio del efectismo visual.

¡EL PLANO SECUENCIA HA MUERTO!¡VIVA EL PLANO SECUENCIA!

El plano secuencia está de moda. Bueno, en realidad nunca ha dejado de estarlo pero da la sensación de que, en muchos casos, su uso en la actualidad tiene que ver más con motivos exhibicionistas que con la idoneidad y pertinencia de su aplicación. Sólo así se podría explicar su abusivo uso en el cine comercial actual, sirviendo de reclamo y que alcanza incluso hasta las series de televisión más laureadas como sucede en True Detective (Nic Pizzolatto, 2014) o Fargo (Noah Hawley, 2014), que cuentan con sendos archicomentados planos secuencia que suponen verdaderas islas dentro de un cuidado y definido tono formal y cuyo uso sólo se puede explicar a través de cuestiones meramente publicitarias. Por suerte, esto no sucede así en películas (más pequeñas) como la española 10.000 Kilómetros (Carlos Marqués-Marcet), la alemana Camino de la cruz (Dietrich Brüggermann, 2014) o la noruega Oslo, 31 de Agosto (Joachim Trier, 2011), por poner algunos ejemplos recientes, en las que el uso de la toma secuencial supone una simbiosis casi perfecta con la eterna utopía de la unidad del fondo-forma.

Pero Iñárritu parece querer sugerir en Birdman que la experiencia de un plano secuencia real y la de uno impostado se conjugan de la misma manera, por lo menos en la cabeza del espectador medio, lo que ya de por sí supone de inicio, una falta grave de respeto hacia el que paga la entrada. El director le otorga una mayor ponderación a la experiencia del espectador (algo que en sí no tiene por que ser una suposición errónea) que a la necesidad e idoneidad de los recursos formales utilizados. Es decir, en la película hay momentos (y no son pocos) en los que el uso del plano secuencia resulta repetitivo e inoportuno, entonces ¿para qué seguir insistiendo en un recurso del que ya se han entrevisto sus costuras en más de una ocasión? ¿Acaso el descubrir que detrás de cada puerta (o de cada textura más o menos uniforme) se esconde una trampa no representa un acto de cobardía y falta de honestidad?

No obstante, el verdadero problema que esconde Birdman está en su guión, torpe y repetitivo con lo que un plano secuencia, usado normalmente para acentuar o enfatizar la variable tiempo, no hace más que dejar las vergüenzas al aire. Es cierto que resulta muy oportuno en las escenas entre bastidores, en las que el filme parece remontar el vuelo al añadir una notable carga de intenso y pertinente dramatismo, o para contemplar el magistral trabajo de fotografía que realiza Emmanuel Lubetzki, pero (siempre hay un pero con Iñárritu) en líneas generales el plano secuencia en este filme supone un artificio al servicio de la nada. Muchos elogiarán la capacidad de subvertir la variable tiempo en los planos de Birdman, es decir, usar el plano secuencia para explicar un lapso de tiempo que no se corresponde al real, algo que Angelopoulos realiza de manera mucho más pertinente y elegante en varios de sus filmes (el mejor ejemplo está en La mirada de Ulises (1995), en la que el director griego resume 5 años de conflictos en los Balcanes en un magistral plano secuencia de 10 minutos). Al final, y disculpen la expresión, la película de Iñárritu se reduce a un “a ver quién la tiene más larga”, tan propio de patologías relacionadas con la dosis incorrecta de autoestima.



Daniel Reigosa
 

viernes, 27 de febrero de 2015

Red Army (Gabe Polsky, 2014)


Un ejercicio de manipulación

by Daniel Reigosa


 
Resulta interesante analizar el prestigio y popularidad del que goza cierto tipo de cine documental, ese que juguetea con los códigos del cine de ficción y que se presenta con una asombrosa diversidad de formas que revitalizan y dinamizan constantemente el género. Esta nueva forma de hacer documentales, que se podría englobar bajo la ambigua e incómoda etiqueta de cine de no-ficción, se encuentra cada vez más asentado en las carteleras de todo el mundo. Si en los últimos tiempos Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012), The Act of Killing (J. Oppenheimer, C. Cynn, 2012) y A 20 pasos de la fama (Twenty Feet from Stardom, Morgan Neville, 2013), por poner los ejemplos más ilustrativos, gozaron de cierto reconocimiento unánime de crítica y público, este parece ser, de momento, el año de Red Army.
El documental dirigido por Gabe Polsky y producido por, entre otros, Werner Herzog relata la intrahistoria del equipo nacional soviético de hockey sobre hielo (vinculado en su día al ejército) que se dio a conocer al mundo con el sobrenombre de “Red Army”, estableciendo una analogía con la denominación oficial de las fuerzas armadas organizadas por los bolcheviques durante la Guerra Civil Rusa en 1918. El juego desplegado por este equipo les llevó a ser reconocidos como el mejor equipo del mundo en dicho deporte y a ser utilizados por el gobierno de la URSS para demostrar la supremacía del modelo político y social soviético en tiempos de la Guerra Fría. Una alegoría del idealismo comunista frente al desalmado sistema capitalista bandera de los americanos. 
Resulta sencillo caer en la tentación de la rápida asociación de ideas: Guerra fría- hielo-hockey o equipo-unidad-modelo comunista ruso como catalizador de todas los planteamientos desplegados en el documental pero, a pesar de que subyacen en el filme, el director se esfuerza en centrarlo en el terreno de la manipulación. De cómo unos jugadores pasaron a ser referentes y héroes de una nación, a convertirse en traidores en el momento en que la NHL (la liga americana de hockey sobre hielo, la más importante del mundo) llamó a sus puertas. Rusia (en aquellos momentos la URSS) veía como perdía una guerra ideológica que le desbordaba a todos los niveles.
En esta primera línea de análisis el documental funciona de manera convincente y ágil, pero el problema viene cuando intenta dar un paso al frente al profundizar y establecer unas conexiones que, a priori, se presentan demasiado forzadas. Polsky se esmera por dinamizar el documental, realizando una apuesta clara por el mero entretenimiento para acabar cayendo precisamente en la trampa de lo que critica. A medida que avanza el filme comienza a flotar en el ambiente una sensación de manipulación al espectador que recuerda al estilo de Michael Moore de los primeros años 2000. Sensación que se focaliza en la  obsesión por mostrar, de manera extremadamente forzada, a Fetisov (el referente del equipo) como un prototipo de héroe (sería más correcto decir antihéroe) tan de moda en las producciones americanas de la última década. Irreverente, maniático, con glamour y un punto cool, que el director se encarga de enfatizar en sus entrevistas mediante un arsenal desplantes, gestos o chulerías varias que adquieren excesivo protagonismo, dando la sensación de agotamiento de ideas y ausencia de recursos narrativos.
Las declaraciones, igualmente forzadas, de sus compañeros de equipo pretenden ir en la misma línea, esbozando una supuesta trama paralela en la que se dan cabida los giros de guión y golpes de efecto que acaban por resultar monótonos y relativamente predecibles. Es el riesgo de intentar contentar a todo el mundo.

martes, 10 de febrero de 2015

Tusk (ídem, Kevin Smith, 2014)


S.O.S. en código morsa
by Daniel Reigosa


Kevin Smith irrumpió a medidos de los 90 con su cine irreverente y nihilista en el panorama cinematográfico internacional gracias a la denominada “Trilogía de New Jersey”, compuesta por las películas: Clerks (ídem, 1994), Mallrats (ídem, 1995) y Persiguiendo a Amy (Chasing Amy, 1997). Sus largometrajes suponían una oda al absurdo y la frugalidad de la vida con multitud de referencias cinéfilas y guiños a la subcultura nerd. Diálogos banales a la par que elocuentes y buenas dosis de humor inteligente encumbraron a Kevin Smith como un valioso activo del entonces emergente cine independiente americano. Pero, tras la inspirada Dogma (ídem, 1999), no son pocas las ocasiones en que su calidad se ha puesto en entredicho.
En Tusk, Kevin Smith pretende continuar la senda iniciada con la seminal Red State (ídem, 2011), cuando decidió dar un golpe de timón a su cine orientándolo hacia un terreno en el que abundan la crítica social, una reflexión sobre el ser humano y dosis de su personalísimo humor en un marco que correspondería tradicionalmente al género del thriller. En Tusk, que supone el primer relato de un tríptico (“Trílogía del Verdadero Norte” basado en la mitología canadiense, y que continuará con Yoga Hossers), la acción se inicia con la visita a Canadá de Wallace Bryton (Justin Long) un conocido podcaster (actualizando así su discurso desde la cultura del VHS a la de internet) para entrevistarse con The Kill Bill Kid, protagonista de la sensación viral del momento. Tras no conseguir su preciada entrevista decide no dar por perdido el viaje y acaba en la mansión de Howard Howe (Michael Parks), un misántropo ex-marinero que presenta una extravagante monomanía por las morsas.
La película plantea diversos dilemas morales y parece deambular por la delgada línea que separa las acciones que podrían justificarse mediante una suerte de karma, de la paranoia propia de un demente. En el interior de Tusk hay un conjunto de geniales ideas y una buena película de terror, pero ésta sólo aguanta lo que dura el segundo acto. El empeño de Kevin Smith por alargar el filme se hace evidente en los innecesarios flashbacks de Howe y en el intrascendente personaje de Guy Lapointe (un pintoresco detective protagonizado por Johnny Depp) que copa inmerecida atención en el tramo final de la película.

El problema de Tusk es que parece querer abarcar un relato archinarrado -como demuestran los casos recientes de, especialmente, The Human Centípede (ídem, Tom Six, 2009) o, de un modo más distante, La piel que habito (Pedro Almodóvar, 2011)-, desde un punto de vista único y con ciertas pretensiones pseudointelectuales, pero la osadía se queda en un filme absolutamente vacío, una broma de mal gusto (por mucho que intente solucionarlo tras los créditos finales) de un director que reclama una atención perdida.

sábado, 3 de enero de 2015

Las catorce películas de 2014


Como cada año, aquí os traigo lo que para mí ha sido lo mejor del año, de entre todas las películas que he podido ver:


14. The Grandmaster (Wong Kar Wai)


Historias entremezcladas, reflexiones sobre el tiempo no recuperado, amores frustrados, la imprecisión de espacios y la utilización de estos como  identidad de los propios personajes o el significado de la constante lluvia más allá de un elemento estilístico son todos ellos elementos claves en la obra del maestro honkonés que se reúnen en The Grandmaster, conformando una pieza más del complejo puzzle que constituye la constante búsqueda de la perfección de su estilo característico y personal. Ver crítica completa


13. Nebraska (Alexander Payne)


 La mejor película de los Oscars del 2014. Una historia sobre la vida como camino que hay que recorrer, con sus desvíos, malas decisiones y reencuentros. Un retrato certero sobre la vejez con un humor inteligente y amargo.


12. Black Coal (Diao Yi'nan)


 Un asesinato no resuelto, cuyos ecos resurgirán cinco años después y una compleja historia de amor, sirven a Diao Yi'nan para ofrecer un desolador retrato de la China contemporánea. Arrebatadora en cada plano, la belleza de sus imágenes contrasta fuertemente con la deprimente sociedad retratada en este filme de tintes "noir" que obliga al espectador a poner mucho de su parte pero que, sin duda, verá recompensado su esfuerzo.


11. Coherence (James Ward Byrkit)


 Sin duda, Coherence, es una de las sorpresas más positivas de este 2014, no sólo por ser una ópera prima deslumbrante, sino también por la ruptura que supone con las películas de su género, demostrando que la ciencia ficción no tiene por qué estar ligada a presupuestos altos y guiones vacíos. Una película que no me canso de recomendar.


10. Upstream Color (Shane Carruth)


 Otro gran ejemplo del alto nivel de la ciencia ficción de bajo presupuesto en este 2014. Diez años después de haber firmado una de las obras más fascinantes y extrañas de la década con su ópera prima Prime, Shane Carruth ha vuelto a dar en el clavo, ofreciéndonos una película tan compleja como deslumbrante sobre la identidad y la manipulación de la sociedad. una obra abierta, en espiral, que requiere de un importante esfuerzo por parte del espectador.


9. Magical Girl (Carlos Vermut)


 Tras el éxito de su primera película, la extravagante Diamond Flash, las dudas sobre el primer proyecto dirigido al gran público se cernían sobre Carlos Vermut, quien no sólo ha salido airoso, sino que ha firmado una de las mejores películas del cine español de los últimos tiempos. Una compleja historia cercana al film noir en fondo, pero que se aleja de sus estándares formales más clásicos. Con femme fatale incluída, magistralmente interpretada por Barbara Lennie.


8. Ida (Pawel Pawlikowski)


 Uno de los títulos del año donde la simbiosis de fondo y forma alcanza cotas extremadamente elevadas. Reminiscencias de Bresson y Dreyer en la película favorita para ganar el Oscar a la mejor película extranjera 2015.



7. El viento se levanta (Hayao Miyazaki)


La despedida del gran maestro de la animación, Hayao Miyazaki ocupa uno de los puestos del ránking con esta obra que relata la vida de Jiro Horikoshi, uno de los grandes nombres de la aviación japonesa. Miyazaki completa una obra de tono realista en la que su maravilloso mundo conecta directamente con los sueños de Jiro.


6. Oslo, 31 de agosto (Joachim Trier)


 Joachim Trier sosprende con su retrato de tintes pesimistas sobre el paso de la juventud a la madurez. La sensación es que no estamos preparados para este mundo, en el que la mente es el más débil de nuestros órganos. Acostumbrados a tenerlo todo de manera simple,  cualquier nimiedad se convierte en un problema de difícil solución. Contiene en su escena final uno de los mejores planos secuencia del año. Imprescindible.


5. Winter Sleep (Nuri Blidge Ceylan)


Nuri Bilge Ceylan lleva tiempo acostumbrándonos al buen cine con ecos del mejor cine del pasado. En esta película nos traslada a un pequeño hotel de en el que la soledad se convierte en el peor aliado, y en el que los mostruos esperan al acecho, detrás de la monotonía que se instaura en las vidas de los protagonistas. Ecos de Bergman en la película merecedora de la palma de Oro en Cannes 2014




 
4. Un toque de violencia (Jia Zhangke)


 Bastaría con la primera secuencia antes de los títulos de crédito, para hacer un resumen conciso de lo que pretende transmitir el director Jia Zhang ke con esta película rodada en cuatro partes bien diferenciadas. Una China desolada, cuatro cadáveres en menos de 5 minutos y un intenso color rojo que baña la imagen, previenen al espectador del tono que, irremediablemente, va a ir adquiriendo el filme. Ya en esa primera escena Jia pone todas las cartas sobre la mesa, sin trucos, sin sorpresas, sin giros bruscos de guión, no se trata de mantener en vilo al espectador sino de diseccionar su condición. Ver crítica completa


3. El desconocido del lago (Alain Guiraudie)


Tres escenarios, una playa, un aparcamiento y un bosque, para narrar un apasionante thriller con aspiraciones de cine noir. Deseo homosexual, trama policiaca y pasión que desborda los límites de lo permitido, son los ingredientes de esta expecional película franca, seductora e inquietante.


2. Boyhood (Richard Linklater)


El paso de la niñez a la adolescencia retratado tras 12 años de rodaje. Una de las películas más ambiciosas de los últimos tiempos, que propone nuevas reglas al cine y permite plantearnos nuestra relación con las imágenes. Probablemente se trate de la obra magna de Richard Linklater, quién ya había dejato las cotas muy alas con la inmensa "trilogía del Before..."


1. Jauja (Lisandro Alonso)


 En un primer visionado, Jauja se revela incontestablemente como una película que reclama una atención especial, con un lenguaje codificado del que se puede extraer una lectura que va más allá de las primeras apariencias. Los siguientes visionados permiten captar la intensidad de su narración, la poesía de sus imágenes o la admirable capacidad de su director para moverse en el plano físico y en el metafísico. Ver crítica completa