El cine como arte: una búsqueda a tres niveles
by Daniel Reigosa
En un primer visionado, Jauja se revela incontestablemente como una película que reclama una atención especial, con un lenguaje codificado del que se puede extraer una lectura que va más allá de las primeras apariencias. Los siguientes visionados permiten captar la intensidad de su narración, la poesía de sus imágenes o la admirable capacidad de su director para moverse en el plano físico y en el metafísico.

Jauja supone un nuevo punto de
partida para el complejo y reflexivo cine del director argentino Lisandro
Alonso, ya que cuenta por vez primera con actores profesionales, la presencia
de un guión, música extradiegética y una trama con un fuerte componente
narrativo. No obstante, el trabajo sobre el silencio (y en contraposición, la
pesadez de las palabras) o la relación del hombre con su entorno son temas
recurrentes en su filmografía que también están presentes en esta, su quinta
película.

La primera lectura de la película
es una lectura marcadamente metacinematográfica, el cine como obra referenciada
y referencial. Lisandro Alonso establece su particular “Jauja”, en la búsqueda
de la perfección del lenguaje cinematográfico. La filmación en celuloide y el
formato 1:1,37 con los bordes redondeados -imitando la apariencia de una
diapositiva-, no hace más que ahondar en esta primera lectura. En ocasiones, Jauja
se acerca al terreno del western clásico, recordando a alguna película de John
Ford, mientras que en otras parece converger con el cine de Tarkovski, probablemente
el director cuyas referencias resultan más evidentes. Pero en Jauja están
presentes la pesadez de las palabras de Dreyer, la sensorialidad y limpieza de
Bresson, el realismo poético de Renoir, la exploración de los espacios de
Antonioni o la profundidad en los diálogos de Bergman. También se dan cabida
escenas que parecen sacadas de los tiempos de la censura, con otras que evocan a
cierto tipo de cine contemporáneo. Las secuencias de la masturbación del teniente
Pittaluga (Diego Román), con el pañuelo blanco ondeando al viendo en el
momento de la eyaculación, o la del encuentro sexual entre Ingeborg y el
soldado Corto (su amante) con las espigas de trigo erizadas y moviéndose
suavemente, recuerdan los quiebros que directores como Ernst Lubitsch o Leo McCarey ideaban para sortear de manera ingeniosa la censura del momento. Por
otro lado, la escena de la cueva parece importada directamente de una película de David Lynch,
así como su arriesgado y sinóptico epílogo remite a un cine mucho más actual.

En segunda instancia, Alonso propone una búsqueda puramente filosófica, de marcada corriente existencialista. El director, a su vez, analiza la relación del ser humano con la naturaleza, pasando de una cierta notoriedad en plano a una progresiva dilución entre los paisajes. El homérico viaje que emprende el protagonista en busca de su hija supone, a la vez, un viaje interior y un viaje por las vicisitudes del ser humano. Alonso contrapone lo humano frente a lo salvaje, lo civilizado frente a los instintos puramente animales, la hermosa juventud frente al desgaste del tiempo, esto último tras una bellísima elipsis que contiene un mágico y anacrónico momento musical. Precisamente es el momento musical (compuesto por el propio Viggo Mortensen en asociación con su compañero de aventuras musicales, el guitarrista experimental Buckethead) el que supone un paréntesis en la narración. Tras él, nada será igual, el entorno y el propio personaje han cambiado, la naturaleza se endurece, los rasgos de la vejez se hacen más notorios en la cansada cara del capitán danés. Un perro aparentemente abandonado marca el inicio de una vesanía que perdurará hasta el final del filme. Caminos y piedras, dificultades y paso del tiempo. Un avistamiento, un grito ahogado. Nadie responde, prosigue la búsqueda. La extraña escena en la que el personaje se encuentra con la anciana señora remite directamente al teatro: somos actores, observados mientras perdemos la oportunidad de disfrutar de nuestra propia vida, sin darnos cuenta de las cosas realmente importantes, como ver crecer a una hija. Nuestro inusual héroe tiene un sueño, encontrar a su hija, alcanzar lo que le hace feliz, pero cada paso que da en esa dirección le hace alejarse cada vez más.

El maravilloso epílogo, aparte de servir de elaborada conclusión, tiene
también una lectura en los tres niveles anteriormente analizados, pero es lo suficientemente
ambiguo para dejar paso a la libre interpretación. Una última imagen conecta
directamente con la primera escena de la película, una referencia circular que
simboliza esa búsqueda del futuro sin disfrutar del presente, una búsqueda que
nos aleja cada vez más de nuestro objetivo. Es un lucha interminable, imposible,
circular.
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