domingo, 20 de julio de 2014

Portishead, Madrid 18 julio

Una experiencia audiovisual superlativa

by Daniel Reigosa


El pasado viernes 18 de julio se celebró en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, ante más de 12.000 almas, el primer concierto de la banda de Bristol, Portishead, compuesta por Beth Gibbons (voz), Adrian Utley (guitarra, bajo, teclados, arreglos) y Geoff Barrow (bateria, teclados, arreglos), tras más de 20 años de carrera -recordemos que en 1994 publicaron uno de los discos más influyentes de los años 90, el celebrado Dummy-. Con sólo tres discos en su haber (más el directo Roseland in New York (1998), grabado con la orquesta filarmónica de Nueva York), Portishead ocupa un lugar destacado en la historia reciente de la música, resultando clave en la evolución del trip-hop, aunque en su último disco (Third, 2008) juguetean con el darkwave, el shoegaze o el post-rock, con una mayor presencia electrónica en sus bases.

Y os preguntaréis qué hago hablando de un concierto de Portishead en un blog de cine, pues la respuesta es sencilla: la experiencia vivida se acerca mucho más al concepto audiovisual que a la mera sensación sonora. De igual manera que las emociones en el cine son potenciadas por la presencia del sonido, en forma de banda sonora, en el concierto de Beth Gibbons y compañía el componente visual jugó un papel determinante. Son muchos los grupos que han decidido casar música con imágenes en los últimos tiempos, destacando por ejemplo Sigur Rôs que, tanto en directo como fuera de él -ejemplo de ésto último es el fabuloso documental Heima (2008)-, elevan el concepto audiovisual a una experiencia única; o Arcade Fire que ha dedicado mucha importancia a la creación de videos musicales que se asemejan a cortos fílmicos.

Portishead salió a escena prácticamente a la hora indicada, las 21:30, delante de una megapantalla en la que se proyectaba el logo de la banda. Tras los primeros acordes de Silence, que abre también su tercer disco, la imágenes de la pantalla empezaban a bosquejar un atrevido y experimental videoclip en directo: imágenes distorsionadas de los músicos y sus aparatos armonizaban con los ritmos de la batería, los sintetizadores y los beats electrónicos que, a medida que sucedían los temas, se mezclaban con imágenes pregrabadas, creando una experiencia visual y sonora extremadamente potente y compleja. Cada canción era una escena, y todas las escenas juntas formaban una suerte de extraño largometraje, en el que la voz de Beth Gibbons se convertía en la actriz principal.

La voz de Beth (permítide que le llame por su nombre de pila) tiene algo especial, una capacidad inusitada de abrir heridas, de mostrar dolor, a través de su timbre y sus letras pero, por otra parte, también resulta cariñosa y aterciopelada, cicatrizando cualquier sentimiento lacerante que haya podido aflorar. La experiencia, junto con los potentes graves (que a partir de la segunda canción sonaron demoledores), resultaba extremadamente intensa, una catársis emocional...cada latido, cada lloro, cada golpe de bajo, entraba en el cuerpo de cada uno de los que estábamos presentes, insertando la duda de si realmente queríamos dejarlo salir. Cada pausa era un respiro, pero también generaba la inercia necesaria para pedir más, y es que Portishead duele, pero también engancha y enamora. 

No se bajó el nivel en todo el concierto, pero dos momentos robaron protagonismo al resto de la obra: uno a nivel sentimental cuando Beth ejecutó con la maestría de hace 20 años la eterna Glory Box -probablemente su canción más emblemática-; y otro más emocional, con Machine Gun del tercer y, hasta la fecha, último disco. En esta última canción es en la que el componente visual brillo con más fuerza, tornándose en el actor principal por unos instantes. La canción terminó con un bombardeo de imágenes de la casta política, recientes conflictos internacionales e injusticias sociales (que se tornaban más poderosas debido al delicado momento actual), al compás de un ritmo electrónico machacón de gran poderío sonoro. El mensaje era tan demoledor que era imposible mirar hacia otro lado cuando, de repende, todo el palacio se llenó de oscuridad y un intenso sonido grave (con una melodia al más puro estilo Pink Floyd) recorrió la sala vibrando en cada uno de nosotros, mientras un gigantesco amanecer asomaba lentamente por la pantalla (aunque tengo la sensación de que era un atardecer, pero emitido a la inversa, lo que daría más fuerza a su mensaje). Hay esperanza detrás de todo este caos sociopolítico en el que vivimos, parecían querer afirmar los componentes de Portishead. He de confesar que este momento lo viví con especial intensidad, cuando me quise dar cuenta tenía los ojos llorosos, y puedo afirmar que no era el único.

Al cabo de hora y veinte, Beth se despedia con un tímido "muchas gracias", las únicas palabras dirigidas hacia el público hasta entonces, una vez más el concepto fílmico presente. Una obra pensada sin interrupciones, sin que hubiese lugar para charlas innecesarias, para momentos que rompiesen el climax generado en la sala. Se trataba de un espectáculo, mejor dicho una sensación, extremadamente calculada, dirigida de antemano. Aún así, al público aún le quedaba un último aliento y los componentes de Portishead volvieron a escena para abrirnos una última herida, que recibimos gustosos, con la profunda Roads y su lamento:

- "How can it feel, this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong"
 

No cabía nada más, nos habían vaciado emocionalmente... corto pero intenso, maximizando el dicho de que las mejores esencias se guardan en frascos pequeños... pero menudo frasco!! Volved cuando queráis, pero dejadnos un tiempo para recuperarnos del shock.


Nota: las fotos del concierto se han sacado de la web www.muzikalia.com

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